El teatro del Hemiciclo

Hoy he estado en el Congreso de los Diputados, en tribuna, en silencio, un silencio forzado al distinguir la apatía, la indiferencia o la incapacidad de los diputados al ejercer su papel como representantes de los ciudadanos. La democracia es un procedimiento de resolución de diferentes posturas en nuestro esquema gubernamental, y es únicamente ahí dónde encuentra su razón de existir. Pero esta mañana, ratifico aquello de lo que todos somos conocedores, que el juego parlamentario no es más que eso, un juego insensato de propuestas inciertas y réplicas irónicas; un teatro público dónde la atención de los diputados es imperceptible, no porque mis lentes oculares me impidan observarles, sino por su inexistencia; en definitiva, un agravio a la ciudadanía mediante actitudes parlamentarias de desidia y desinterés.

Vivimos en un entorno político e institucional que general y tristemente resulta completamente ajeno a la mayoría de los españoles. Es por ello, necesario modificar y mejorar un liberalismo degenerado, consiguiendo así, que los ciudadanos ejerzamos la soberanía que nos corresponde, no mediante un sufragio castrado que pocas alternativas nos ofrece por su infecunda representatividad, por hacer una mención, me remito a los Plenos en el Congreso, repletos de florituras insustanciales dónde los diputados, aquellos que tienen por virtud la puntualidad, permanecen sentados, algunos conversando con el de al lado, otros leyendo algún periódico nacional (o no, quién sabe de qué ámbito o calidad es lo que tienen entre las manos), o bien navegando por la red, se disponen a permanecer en la sala durante no mucho tiempo; pues llegadas las interpelaciones, el salón no cuenta con más del quince por ciento de los asistentes inaugurales.

Si a esto le sumamos, la disciplina de voto a la que se deben sus señorías, hacen que el Parlamento Español sea una burla de la democracia. Una instrucción absurda, dónde se apoyan o no, propuestas sin haber sido tan siquiera escuchadas; una disciplina dónde el sentido común y el criterio político están debilitados por la fidelidad incondicional que una lealtad malentendida que otorga absolutismo a directrices preestablecidas por los diferentes grupos parlamentarios. Ha llegado el momento de profundizar en la regeneración, abogando por el cambio, las listas abiertas, dónde la partidocracia deje de ser, para dar paso a la elección de cada candidato, no siendo una competencia exclusiva de los partidos políticos, y fomentando de este modo, el esfuerzo, criterio y trabajo de los elegidos, democratizando a su vez la vida interna de los partidos. Seguro que entonces no veríamos ojos cerrados, ni tedio, y la Cámara estaría llena de intenciones argumentadas, iniciativas estudiadas y propuestas reales.